La alegría del reencuentro nos ha permitido disfrutar de una muy amena sesión, en la que hemos decidido varias cosas:
- Por un lado, no dedicar más que una sesión a cada una de las lecturas realizadas este mes de carencia para poder agregar nuevas propuestas de manera inmediata (al fin y al cabo, nos encanta tener lecturas frescas que degustar). No obstante, todo se irá confirmando sobre la marcha.
-Por otro, una novena lectura: Albertine desaparecida, de Marcel Proust (sexto volumen de su búsqueda del tiempo).
Pero, sobre todo, hemos manifestado nuestras impresiones de lectura sobre la novela de Mathias Énard. A toro pasado, casi podemos decir que erramos en nuestras previsiones: pensábamos que podría no ser una novela muy para el club (era importante: nos jugábamos unos bombones virtuales), pero se nos olvidaba que las novelas controvertidas son a veces las más jugosas en comentarios, y así ha sido.Entre lo que nos ha suscitado la novela, hay cuestiones muy interesantes que la exceden: nuestra aceptación de un juego intelectual tan arduo, el humor -tan subjetivo y personal-, el choque entre lo bello y lo grotesco (ya sabéis que este concepto lo dignificó Victor Hugo, autor de una de las lecturas recurrentes del protagonista de la novela), o el tratamiento liviano, si no lacerante, de la muerte. Incluso, hemos debatido sobre por qué afrontar o no la lectura de una prueba como esta cuando entra en conflicto con nuestros criterios estéticos. Al fin y al cabo, sobre gustos hay tantísimo escrito.
Además, lógicamente, hemos diseccionado (nunca mejor dicho) la novela: hemos aludido a su cuidada estructura circular, en esa rueda de la vida en que se convierte el texto; hemos elogiado unánimemente la erudición rebosante del autor, en la que algunos hemos encontrado un motivo de regocijo y otros un motivo de extenuación, así como el chispeante y desbordante lenguaje; hemos cuestionado las enumeraciones exhaustivas, hijas y deudoras de Rabelais; hemos percibido la burla irónica con toda la formalidad académica, especialmente en las notas de la última parte; hemos lamentado nuestra distancia del contexto francés que, sin duda, haría más efectivas las innumerables referencias al paisaje, los vinos, los quesos, los personajes históricos, etc.; hemos tratado de comprender la importancia de las canciones, que tienen un valor tanto estructural como de ambientación, así como del juego de cartas; hemos compartido algunos momentos significativos de la trama (la relación del joven doctorando con Lucie, la familia de esta, las exigencias de la cofradía, las transmigraciones del alma del "afortunado" cura,...). Todo esto y más en una escasa hora, lo que hace evidente que es una novela muy rica y que daría para comentar cada aspecto de los mencionados de manera más profunda, al margen de si nos ha conquistado o no.
En lo que hemos coincidido es en que es más que una novela, pues su abigarramiento dificulta concebirla como tal: es un entramado de historias y referencias que requiere un esfuerzo que ha calado en algunas personas, pero en otras no tanto. Por todo ello, tanto quienes han dado pitos como los que han dado palmas hemos concluido que ha merecido la pena. Una vez más, nos enorgullecemos de aportar lecturas tan sugerentes a nuestro club. Seguiremos así.
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