¿Cuál diré que es la causa por la que mi lecho me parece tan duro?, ¿por qué mis mantas no se están quietas sobre la cama?, ¿por qué he pasado toda la noche, cuan larga era, sin poder dormir?, ¿por qué me duelen los huesos, cansados de dar vueltas? Pues creo yo que si algún amor me aquejara, me daría cuenta de ello. ¿O es que viene en silencio y astuto me hiere con artimaña? Así será: se han clavado en mi corazón las agudas flechas, y el fiero Amor revuelve mi pecho una vez conquistado.
¿Me resigno a ello o acreciento con mi resistencia este fuego que ha surgido de repente? Resignémonos: el fardo que se sabe llevar, resulta menos pesado. Bien sé que las llamas aumentan cuando se mueve la antorcha y que se apagan si nadie las agita. Más aguijonazos sufren los bueyes cuando se resisten al yugo, que les oprime por primera vez, que aquellos que se complacen en llevar el arado. A un caballo indómito se le magulla la boca con el duro freno, pero el que se acostumbra a los combates siente menos el bocado. El Amor trata con más“aspereza y mayor ferocidad a aquellos que se resisten que a los que se confiesan esclavos suyos. Así que yo lo reconozco, soy, Cupido, tu reciente presa. Ofrezco mis manos vencidas a tu jurisdicción. No hay necesidad de guerra, te pido la paz y el perdón; no supondrá para ti gloria alguna, desarmado como estoy, el haberme vencido con tus armas.
OVIDIO, Amores (trad.de Vicente Cristóbal)
¿Qué hacer cuando el amor llama a tu puerta? ¿Le abrimos?, ¿fingimos estar ausentes?, ¿le decimos vuelva usted mañana o lo despedimos sin más, como a un mendigo o a una visita inoportuna?, ¿le exigimos antecedentes, salvoconductos, documentos de acreditación?, ¿lo ahuyentamos a gritos y a patadas como si se tratara de un intruso? Lo que quiero contar ahora es muy difícil de contar, muy confuso, y no sé si sabré contarlo como yo quisiera, es decir, como quisiera el corazón, o como vagamente lo veo escrito en la gramática de los sueños.
Veréis, yo era muy guapo cuando me quería Marta. Nunca, jamás, ni siquiera en la imaginación, fui tan esbelto, tan atractivo y cautivador como entonces. ¡Y cuánto me quería ella! Con tanto amor, ¿cómo no ser hermoso? Teníais que haberla visto. Era muy joven, casi una muchacha, y a veces venía a clase con un pantalón de pana verde con peto y una carpeta escolar llena de pegatinas y fotos psicodélicas. Yo me movía con aplomo y agilidad por el Madrid de entonces. Teníais que haberme visto a mí también. Solía usar una bufanda roja muy larga, y mi letra era muy pequeña, aún más que ahora. Escribía a hurtadillas, con vergüenza e inseguridad, en cuadernos cuadriculados tamaño cuartilla, y aprovechaba mucho el papel, nada de márgenes ni de interlíneas generosas. Escribía como quien mete la mano al tiento en una madriguera a ver qué encuentra, y nadie sabía que yo escribía, que yo era escritor.
Por las tardes salía con mi bufanda y con mis libros camino del trabajo. Me gustaba verme reflejado en los escaparates. Ese soy yo, pensaba. Y era en verdad guapo, muy guapo, porque me miraba con los ojos prestados de Marta, sus preciosos ojos verdes, tan frescos y luminosos, tan profundos, tan recién pescados. Agua profunda y transparente de algún mar tropical. Cuando me miraba, a veces había en ellos una lenta ensoñación morbosa. Sí, ella me había inventado, como ocurre siempre en el amor, y yo me asomaba a los espejos y veía allí aquel invento prodigioso de Marta que era yo. Al pasar junto a un árbol, acariciaba con las yemas de los dedos las hojas bajas de otoño. Recibía ofrendas del viento o del anochecer. La luz parpadeante de una hamburguesería, el cálido aliento del metro, el olor presentido de las próximas lluvias. En aquellos tiempos, y en días así, no hubiera cambiado un bolero por la novena de Beethoven.
Esto ocurrió en un tiempo y en un país en que muchos de nosotros estábamos enamorados de la vida. ¿Os acordáis?, ¿os lo han contado acaso? Estimábamos a nuestros políticos y confiábamos en ellos. Confiábamos también en los periódicos, y en los periodistas, y los admirábamos, y había muchos jóvenes que de mayores querían ser periodistas. Era una época incierta, pero nosotros vivíamos confiados y alegres. Casi podíamos acariciar el futuro como el lomo de un tigre amigo y hasta cómplice. No temíamos por nuestros hijos. Los llevábamos al parque, al zoo, montábamos en el teleférico, en un camello, comíamos helados, vestíamos de cualquier forma, y al otro día madrugábamos y nos íbamos contentos al trabajo. Nos gustaba la vida, nos gustábamos a nosotros mismos, nos sabíamos muchas canciones de memoria y las cantábamos a coro en las sobremesas. Parecía que en el resto de Europa era lunes y que aquí era domingo. Éramos felices, pero no solo por ser jóvenes sino porque todo parecía entonces joven. [...]
En aquella época, yo sí conocía el amor, y no le tenía miedo, sino al contrario, lo buscaba con desesperación y temeridad. Sin invención no hay amor, y yo me inventaba a las amadas, las adornaba con todo tipo de dones y atributos. Me enamoraba locamente y de un modo total, porque el amor, cuando es de verdad, no es divisible ni puede graduarse. De haber podido, yo habría dividido y repartido mi amor entre la amada, Dios, mi madre, mis hermanas, mis amigos, los Indiecitos de los Andes que no tenían para comer, los que andan errantes por el mundo, quizá bajo la lluvia o el sol abrasador, y estoy seguro de que el amor hubiera dado para todos. Pero no podía ser, porque mi amor, mi infinito amor, era solo para la amada, todo para ella, sin desperdicios de monedas o miguitas, y todo cuando no fuese la amada era del todo ajeno y hasta odioso. Yo odiaba a todos a fuerza de amarla solo a ella. Por eso el amor nos hace solitarios, y a mí aquellos amores, como no eran correspondidos, me hacían además sufrir mucho y en soledad, pero ¡cómo disfrutaba yo con aquel sufrimiento! Sin él la vida carecía de sentido. Ocurría incluso que a veces el sufrimiento no necesitaba ya de la amada para existir, sino que era soberano, despótico, señor de sí mismo, y que en su afán de poder excedía los límites del amor para extender sus dominios hacia todos los ámbitos de la mágica angustia existencial.
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