28/8/07

Umbral

Seguramente ya habréis tenido ocasión de ver la información facilitada por los medios, y mañana en los diarios aparecerán panegíricos dedicados a Umbral en donde leeremos los méritos de su obra controvertida, auque menos que su figura humana. Sin embargo, parece de recibo hacer una mención a uno de los personajes más relevantes de la escena literaria contemporánea, sobre cuya obra ya hemos comentado en algún momento nuestros afectos y rechazos.
Como forma de conocer un poco mejor a este personaje directamente, sin dejarnos influir por lo mediático, como escritor, hay que acudir a una obra: Mortal y Rosa, tal vez una de las menos representativas de su estilo mordaz y ligero, dado que esta “novela” está transida por un aliento poético insólito, motivado por tratarse de una elegía a su hijo muerto con tan sólo seis años. Aunque se ha criticado su excesiva edulcoración y su intencionada búsqueda de lo sensible, es hoy por hoy la obra más reconocida de la calidad prosística de Umbral; así lo expresaba Fernando Valls: “En pocas obras en castellano se habla con tanta lucidez, sinceridad y pasión de la vida y de la literatura, por lo que no sólo me parece su mejor libro, sino también uno de los grandes textos narrativos de las últimas décadas, pues en sus páginas se hallan preguntas y respuestas, la teoría y la práctica de su oficio como escritor”.
Sin embargo, la faceta más cultivada por un Umbral prolífico es la de la revisión del pasado reciente y la del análisis de la actualidad desde su prisma afilado. Ahí encontramos obras como Madrid, 1940, Las ninfas o Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo. A ello, cabe añadir una faceta desinhibida y jocunda para narrar “sus” episodios eróticos y otros escarceos, como en La bestia rosa o El día en que violé a Alma Mahler. Lo mejor de este autor en todas estas obras es la intuición, ya que aunque los resultados sean muy desiguales, y algunas sean pobres muestras de su ingenio, a menudo encontraba un atisbo de inspiración o una idea afortunada sólo posible en quien decide echar el resto. Ya lo apuntaba José Antonio Marina al afirmar: “Si cualquiera de sus líneas se publicara exenta, con gran tipografía, en una plaquette poética, la gente aplaudiría ante el hallazgo, pero se despilfarra tanto, seduce con tanta labia, sufre tan poco escribiendo, que, como aún persiste el amor por lo oscuro y el prestigio de lo escaso, se le echa en cara su facilidad con desdén petulante y resentido de quien ve las uvas verdes.”
Umbral alimentó siempre su pose de enfant terrible –siempre enfant a pesar de los años- y dejó constancia de ella no sólo en los foros públicos en que participó, sino también en libros tan personales como su Diccionario de literatura o Los Alucinados, en donde dedica encendidos elogios y varapalos sonados a discreción según su criterio –y sus ganas de epatar-, o ensayos sui generis como Madrid, tribu urbana, que sentó especialmente mal por su juicio atrabiliario sobre los escritores del exilio.
No es que los sucesos luctuosos sean excusa para acercarse a los autores, pero si queremos saber un poco mejor quién era Umbral lo mejor es revisitar algunas de estas obras, mientras llega la nueva temporada...

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