28/6/07

La Metafísica y el mono

Mínima llamada de atención sobre una novela desopilante, con muy mal café y que, como se suele decir, reparte palos a diestro y siniestro: La metafísica y el mono, de Carlos Eugenio López (Lengua de Trapo, 2007). Con la manida excusa de la edición de un texto esencial imperdonablemente relegado al olvido, el autor "recupera" un libro traducido a todas las lenguas cultas ("e incluso a un buen número de las consideradas incultas, como el tártaro de la estepa o el euskera de concejo y sacristía"), que está llamado a convertirse en un hito como el Quijote de Rico -los palos, como digo, van para todo bicho viviente-. Pues bien, esta Metafísica y el mono (750 paginitas de nada) es un texto en que Alexandrós nos cuenta su vida y la de sus conciudadanos en la Grecia del siglo XIX, en un pequeño pueblo en que priman la rivalidad entre la familia, donde, supuestamente, la visión del mundo se aprecia en los sucesos vividos (algunos tan importantes como plantar adelfas en medio de un camino escarpado por el que pasan los burros y que provoca un conflicto extraordinario; que de repente aparezca un pastor gallego, justificado por el hecho de que "sabido es que hay gallegos en todas partes"; o el hecho de que el Poeta Vasilis, en su Copla a la muerte del capitán Nikíforos, compuesta a la sazón en Calatayud, coincida letra a letra con la obra de Jorge Manrique). Mil anécdotas e historias -con todo tipo de anacronismos y anatopismos e irreverencias- con el único fin de poner en solfa todo lo habido y por haber, interpretadas por críticos tan prestigiosos como Von Bonn, Iñaki Pedrolari -párroco de Cestona que ve todo bajo el prisma de la entomología euskérica- o Jordi Papa i Rucha en notas que trufan todo el libro y que, aunque a veces son un poco agotadoras, contribuyen a ese carácter totalmente irreverente.
Una novela no para todos los gustos, francamente divertida y original, y que merece formar parte de una escasa tradición pero que ha dado obras tan brillantes como la Parábola de Carmen la Reina de Manuel Talens. No os las perdáis.



Os adjunto aquí un fragmento que ofrece la página web de la editorial:http://www.lenguadetrapo.com/00128-NB-ficha.html



Otros pleitos duraron más, pero también empezaron por motivos más importantes. El nuestro lo originó una simple adelfa en el camino.Parece que la abuela Estazula, que entonces aún no había perdido la articulación del codo, plantó la adelfa en la esquina de la torre que daba al kalderími del lavadero. La elección de la esquina, impecable desde el punto de vista estético, no era, sin embargo, la más adecuada a tenor de la ingrata topografía de Jora (Ano y Kato). Aun despejado, el camino del lavadero apenas si permitía el tránsito de las acémilas que acarreaban el agua desde el pozo comunal, y una adelfa, en ese lugar, estaba llamada a traer problemas a nada que le diera por crecer un poco.La tía Vula fue la primera en vislumbrar las nubes de la tormenta y la abuela Estazula se mostró desde el primer momento dispuesta, con todo el dolor de su corazón, a arrancar la adelfa, que ya empezaba a echar flores.—Froso, la de Mijalis —le contó la tía Vula a la abuela—, dice que la adelfa no deja pasar bien a los borricos, y que la calle no es nuestra.La abuela Estazula no se lo pensó demasiado. Froso tenía una mancha de nacimiento en un carrillo, y con ese tipo de gente nunca sobraba andarse con tiento. Muy bien podía denotar algún pacto secreto con el diablo—Pues si la adelfa no deja pasar a los borricos, se arranca la adelfa, y aquí paz y después gloria —concluyó, mientras se hacía un triple signo de la cruz.Y ahí podía haber acabado perfectamente la cosa de no habérsele apagado, días más tarde, el narguile al abuelo Panagos.—¡Ifiguenia, la pipa! —gritó mi abuelo, necesitado de un carboncillo para avivar el tiro del narguile.—Ya se lo traigo yo, patéra —se ofreció solícita, y es de suponer que con la mejor intención del mundo, la tía Vaso, que estaba al lado—. Ifiguenia está ayudando a la abuela a arrancar la adelfa de la calle.Al abuelo la adelfa, como cualquier planta no comestible, le tocaba bastante las narices. En otras circunstancias, la podría haber hecho arrancar perfectamente él por el mero afán de apuntalar su autoridad o el simple capricho de martirizar a la abuela. Pero, por esas mismas razones, el comentario de la tía Vaso le sacó de órbita su único ojo.—¡Y quién leches les ha mandado a esas dos mierdas que arranquen la adelfa! —explotó.La tía Vaso, queriéndolo arreglar, lo estropeó aún más:—Es que parece que a los Brajeas —explicó— les molesta cuando bajan con los borricos a por el agua.Nunca hubiera abierto la boca. Además de haberse ahorrado ella una solemne bofetada, nos habría librado a todos de un martirio.—¡Dile ahora mismo a esas dos puercas que dejen la adelfa en paz o bajo yo y las subo por los pelos del coño! —bramó el abuelo.A la tía Vaso debió por fuerza de chocarle cómo había de poder su suegro, siendo manco, subir a la vez a la abuela y la tía Ifiguenia cogidas de ninguna parte; pero, en un ejercicio de sensatez más allá de la lógica, se limitó a cumplir la orden sin rechistar y como un relámpago. Lo mismo hicieron, por lo que les tocaba, y con igual motivo y diligencia, la abuela y la tía Ifiguenia. De forma que la adelfa, de cuyo cuidado responsabilizó el abuelo a la prima Mosja, bajo la pena de arrancarle las uñas a mordiscos en la eventualidad de que, por la razón que fuese, la planta acabase secándose, siguió en su sitio. Y, harta de agua y cagarrutas de cabra, agarró con tal fuerza a la roca, que se la veía crecer de semana en semana y aun de día en día.Los Brajeas, en público al menos, no volvieron a hacer ningún comentario al respecto. Sus burros bajaban y subían de la fuente arriesgando la integridad de los cántaros cada vez que llegaban a la esquina de nuestra torre, y, al verlos tambalearse, el abuelo, que contemplaba tan inestables equilibrios desde su diván, le daba sistemáticamente una honda calada a la pipa y mascullaba un satisfecho «¡que se jodan!» por el lado de la boca que le dejaba libre la boquilla del narguile.Pero, más allá de ese estrecho horizonte, las nubes ya se estaban congregando. Que descargaran era sólo cuestión de tiempo.Y descargaron en mitad de la noche, al acercarse el abuelo a la ventana a aliviar su cada día más incontinente vejiga.—¡Hijos de la zorrísima! —se le oyó tronar, con el órgano nmingatorio aún en la mano.Yanis, que, por si un aquel y aunque no teníamos ningún pleito abierto con nadie en ese momento, estaba de guardia en la ventana opuesta, armó sin pensarlo un momento el mosquete.—¿Qué ocurre, patéra? —preguntó, indeciso entre acudir a la otra ventana o descerrajar un tiro a un gato que pasaba en aquel momento frente a su mira.—¡Hijos de la zorrísima! —repitió, por toda aclaración, el abuelo y, después de una pausa como para reflexionar sobre la enormidad de lo que estaba viendo su único ojo, aún insistió por tercera vez: —¡Hijos de la zorrísima!Para entonces, la magnitud de lo acontecido era ya conocida por toda la torre, con la excepción del tío Yanis, que no se determinaba a abandonar su puesto. Una mano alevosa había arrancado la adelfa de cuajo y, en un gesto de burla y desafío, aún había tenido tiempo para dejar una solitaria flor sobre el lugar de los hechos.El tío Tasos, racional siempre, descifró enseguida el mensaje:—Nos están llamando capullos.Su hermano Kostas, que, evidentemente, aún estaba vivo, asintió y fue todavía más lejos:—Nos están llamando capullos y aquí se van a saltar por los aires los sesos de alguien.
***

ARRABAL

Desde hace tiempo, Arrabal es solo Arrabal: sobran las etiquetas para un personaje contracorriente, incluso la del nombre que ya no utiliza para firmar su obra, y que ha demostrado no solo su capacidad para "épater" -aún resuena en nuestra memoria el famoso episodio del "mineralismo"; para quienes no lo recordéis, podéis ir a Youtube- sino también para levantar un mundo propio a base de delirios y una extraordinaria capacidad creadora. Y aunque Arrabal parece ya una vaca sagrada que, como tal, solo sus iniciados son capaces de degustar, lo cierto es que siempre la lectura de su obra puede proporcionar experiencias interesantes. Dos volúmenes vienen recientemente a aumentar el caudal de la obra ingente de este prolífico autor: el primero, Diccionario pánico (Zaragoza, Libros del Innombrable, 2007), es un nuevo volumen que esta editorial voluntariosa dedica a Arrabal, reeditando y revisando un texto clásico. El mundo de Arrabal se desintegra en átomos para digerirlo mejor, y así lo que vemos es una clasificación lexicográfica, acompañada de los conocidos "arrabalescos", al modo de las greguerías ramonianas, y de las jaculatorias. Una mínima muestra:



Beso: La quería tanto que, al separarse de ella, tras besarla, se quedaron enganchados los labios de su amada a los suyos con unos cachos de mantilla y de mejilla. ¡Qué maravilla!

Término medio: Demasiado perverso para vivir supeditado al azar y demasiado bueno para necesitar un redentor.

Arrabalomanía: Obsesión, casi siempre positiva, de aquellos que consideran que, trenzada a mi obra, mi vida se alza como instalación poética [...]

El confesor anarquista se lamenta: "¡Qué tiempos!: muchos son los pecados... pero ¡cuán pocos los cometidos!".

El cero pone en tela de juicio mis infinitos como la pornografía mis pecados.



Y, a propósito de cero, este es uno de los personajes que junto con Infinito acompañan, aconsejan y condicionan al protagonista de la última "novela" publicada de Arrabal, Como un paraíso de locos (Bruguera, 2007), que no podía ser otro que el propio Arrabal. En una suerte de autobiografía hecha de retazos, cuenta su vida desde el condicionamiento de la Inclusa y lo aprendido allí y en la Escuela Ortogénica, condicionado por el General, por la señora y por la joven Lilibeth, quien le confiesa su amor y con quien entabla diálogos "patafísicos". Inútil sería buscar en Arrabal una novela convencional: pequeños capítulos en que lo que prima es el estilo, la boutade, la lógica deshecha, el autopsicoanálisis, etc. Un monumento a la locura, ya presente desde la parodia del Bosco de la portada. Un perfecto ejemplo de lo que este autor es capaz de dar.

27/6/07

Amos OZ, Príncipe de Asturias

Durante nuestro curso, en varias ocasiones hemos hablado de la cuestión de la influencia judía y de su peso en la cultura actual. Pues bien: si hay alguien que ha tratado de conciliar ese judaísmo con su acérrimo enemigo en Israel, el mundo árabe, ése es Amos Oz, quien acaba de ser galardonado con el Príncipe de Asturias de las Letras. Poco conocido aún por el gran público -recuerda su caso tal vez al de Orham Pamuk-, sin embargo se han ido publicando con notable aceptación y calidez por parte de la crítica la mayoría de sus grandes obras -me resisto a decir novelas, pues en algunas de ellas el peso autobiográfico es esencial-. Para valorar el conflicto israelí, Oz parte de su experiencia personal, desde que de joven vivió en un kibutz hasta la conciencia de que el pueblo palestino acaso tenga motivos para su actuación. Polémico, por tanto, pero sobre todo un gran escritor: basta con acercarse a una de las posibles candidatas para la lectura el año que viene, Mi querido Mijael, historia de un matrimonio frustrado contada por la mujer; o su gran novela autobiográfica Una historia de amor y oscuridad.

14/6/07

Jornadas Antonio Cillero

Tal vez hayáis tenido ya oportunidad de acudir, pero si no, aún continúan las Jornadas que el Instituto de Estudios Riojanos está desarrollando esta semana como homenaje a la figura del escritor riojano recientemente fallecido Antonio Cillero. Las actividades para el viernes y el sábado son las siguientes:

Viernes, 15 de junio de 2007. Ateneo Riojano de Logroño.
20.00 h. Recital poético sobre la obra de Antonio Cillero Ulecia.
Presenta: Miguel Ángel Muro.
Óscar Hierro, catedrático de Lengua Castellana y Literatura del I.E.S. P. M. Sagasta.
Alberto Vidal, filólogo, impresor, escritor, actor y músico.

Sábado, 16 de junio de 2007. Centro Cultural Ibercaja de Logroño.
20.00 h. Representación teatral de Los dioses se han fatigado de Antonio Cillero Ulecia.
Asociación Nuevo Retablo.
Dirección: Aurora Cillero Azofra.
Escenografía y atrezzo: Marta Cillero Azofra.

7/6/07

El otro Banville

¿Os imagináis a Banville, el autor de nuestra lectura EL mar, entregado a la novela detectivesca y sacrificando parte de su estilo y de sus digresiones en favor de un mayor dinamismo y de más peripecia narrativa? Pues eso es lo que propone la novela de Benjamin Black, heterónimo de Banville, El secreto de Christine. Lo edita Alfaguara, y bajo este nombre no se ocultan algunas de las cualidades que ya hemos trabajado en Banville: densidad, cierta complejidad estilística, voluntad por crear sensaciones... Pero ahora se sitúa en primer plano una intriga sobre una red de tráfico de niños en un orfanato de los años 50, y que tiene como telón de fondo los subterfugios y tejemanejes de la iglesia católica irlandesa de la época. Quirke, un patólogo de poco recomendable catadura, será el encargado de desenmarañar la historia que lleva a un niño de Irlanda a América.

Por cierto: Banville y su modestia. Ante las preguntas sobre las diferencias entre esta obra y las firmadas con su nombre, no tiene reparos en contestar que "tengo toda la intención de que Benjamin Black -este año o el siguiente- gane el Booker Prize. Para Banville dejaré que le den el Nobel."

Camino (de César Vidal)

Una buena recomendación para seguir ampliando nuestro canon particular de lecturas, independientemente de todo lo que siempre hemos dicho y opinado sobre su inefable autor, es El camino hacia la cultura, una personal revisión de lo que considera el acerbo cultural imprescindible para un individuo culto. Resulta tan simpático como desolador el prólogo en que justifica el porqué de esta decisión de lanzarse a orientar al desvalido ciudadano entre las marañas culturales, del cual se ofrece un extracto en el siguiente enlace:


Además, el volumen, aparte de las consabidas nóminas no sólo de libros, sino también de películas y otros aspectos de cultura, se acompaña de una Guía de Trabajo en que propone una utilización activa de su obra. Como los cuadernillos de vacaciones para el verano, vamos...



Criticable, muy criticable casi todo lo que aporta, pero precisamente por ello muy saludable.

6/6/07

MUCHAS GRACIAS

Me alegro de poder al fin poner nuevas entradas en el Blog, sobre todo para hacer algo de recibo: daros las gracias a todos por este curso tan fantástico en el que me habéis dejado participar. Como el año que viene espero que nos sigamos viendo, esto no es ni una despedida ni nada similar, sino una forma de reconocer todo lo que me habéis enseñado, tanto como lectores como personas, lo que ha convertido el taller, el club, ... la reunión de amigos apasionados por los libros, en una experiencia fantástica para mí. Por ello, muchas gracias, y seguiremos dando guerra.

Flann o'Brien, Crónica de Dalkey

Os propongo uno de los escritores más originales de la literatura irlandesa, heredero directo de Joyce y también con notables complejidades de lectura, pero entregado a argumentos delirantes, historias de intriga y crítica irónica. Si en Joyce encontramos la cotidianeidad, en O'Brien encontramos un mundo de imaginación desbordante que más de una vez se ha asociado al de Lewis Carroll. Una propuesta compleja pero que merece la pena.

Para conocer un poco mejor esta obra, os incluyo un pequeño texto de Fernando Báez en que desgrana alguna de las claves del autor de El tercer policía, cuya obra Crónica de Dalkey acaba de aparecer en la editorial Nórdica.


Flann O'Brien: exégesis de lo inevitable
Fernando Báez

Flann O'Brien es, sin discusión, una de las mejores excusas que pueden darse para leer en cualquier época, uno de esos autores cuyo trato se hace con los años una excelente costumbre a la par que una necesidad íntima, esencial, irrefutable, pese a que ni su nombre aparece en la mayor parte de los diccionarios e historias de la literatura ni sus libros circulan en otra forma que no sea de la fotocopia o el remate callejero. Para su fortuna, la crítica (pública, rigurosa, intensa) ha preferido obviarlo de las letras inglesas y sus novelas, comparadas, en su momento y en el nuestro, con las de James Joyce, su admirador y amigo, siguen siendo la excéntrica contraseña de identificación de un escaso grupo de lectores (una auténtica muchedumbre solitaria), entre los que espero contarlo, lector, y me incluyo, que lo reconocen como parte inevitable de sus días y no pierden ocasión de releerlo con renovado asombro y placer.
En verdad, Flann O'Brien fue tan sólo un pseudónimo, aunque el más prestigioso, de Brian Nuall'in, un irlandés nacido en Strabane, Tyrone, el 5 de octubre de 1911. A falta de una biografía minuciosa, lo poco que podemos decir de él se reduce a tres o cuatro aspectos abstractos: el principal, en todo caso, sería el de su fervor por la cultura celta. En University College, Dublín, estudió Literatura Celta y viajó a Alemania para indagar con más detenimiento en el tema. Su tesis trató sobre "La naturaleza en la Poesía Irlandesa", un estudio donde el mito, la leyenda y la descripción proporcionaban claves para comprender el significado real de la historia irlandesa. Para la década de los 40 escribía en periódicos nacionalistas con pseudónimos cuya etimología respondía a cada propósito particular. En el "Irish Times" era el satírico Myles Na Copaleen, con un sentido del humor poderoso y destructor. En "Leinster Times" y en "The Nationalist" era George Knowall. Algunas de sus columnas fueron publicadas en forma de libro en 1943. Lo que parecía importar a O'Brien era despistar y ese fin, que le costó numerosos lectores para sus obras principales, le permitió desarrollar, como Fernando Pessoa, personalidades contundentes. Fue Brian O'Nolan, Myles Na Gopaleen, George Knowall, Brother Barnabas, Count O'Blather, John James Doe, Peter the Painter y Winnie Wedge.
Antes de haber concluido sus estudios universitarios, escribió y publicó su primera novela, la mayor, "At Swim Two Birds", que finalmente apareció en 1939 con tan mala suerte que un bombardeo destruyó tiempo después la editorial Longman's incinerando todos los ejemplares. Su segunda novela fue "The poor mouth" (La boca pobre), publicada en 1941, seguida de "The Hard Life: An Exegesis of Squalor" (La vida dura: Una exégesis de lo escuálido) en 1961, "The Dalkey Archive" (El Archivo Dalkey) en 1964 y, póstumamente una gaveta suministró "The Third Policeman" (El Tercer Policía), editada en 1967. En todo sentido, O'Brien fue un funcionario poco doméstico, ciertamente infeliz, absolutamente inhóspito: trabajador del Servicio Civil, no dejó de atacar al Ministro del Gobierno ridiculizándolo hasta el día en que renunció por motivos de salud en 1953. El primero de abril de 1966 murió en Dublín.
Borges comentó y elogió "At swim-Two-Birds" como una de las más interesantes novelas del siglo en un ensayo aparecido en "El Hogar". Su resumen del argumento es magnífico y cabe rescatarlo íntegro: "Un estudiante de Dublín escribe una novela sobre un tabernero de Dublín que escribe una novela sobre los parroquianos de su taberna (entre quienes está el estudiante), que a su vez escriben novelas donde figuran el tabernero y el estudiante, y otros compositores de novelas sobre otros novelistas..." (Textos Cautivos, p. 327). La obra parte de una idea memorable: establecer un relato con tres comienzos y tres finales como un hipertexto fulminante. Para O'Brien "Un buen libro puede tener tres comienzos completamente disímiles e interrelaciones sólo en la mente del autor, o cien inicios e igual número de finales". Ejemplo de esto es el hecho de que ofrece tres versiones al lector de la historia: la primera comienza con Pooka MacPhellimey, la segunda con John Furriskey y la última con Finn MacCool. Anthony Burgess, en su lista "The best in English since 1939", seleccionó "At swim-Two-Birds" como uno de los más complejos y completos relatos junto con "Finnegan's Wake" de Joyce. Graham Greene y Dylan Thomas leyeron a O'Brien y lo admiraron; Edna O'Brien dijo de él: "Pienso que junto con Joyce y Beckett constituye nuestra trinidad de los grandes escritores irlandeses, pero es más cercano y divertido".
Tal vez "El Tercer Policía", escrita hacia 1940 y salvada póstumamente, sea su novela más intensa y la que le gane mayor número de adeptos. Su procedimiento es complejo, pero el argumento restituye postulados clásicos: dos hombres ejecutan un crimen atroz y uno de ellos, sin que lo note, muere a consecuencia de una bomba colocada por su compañero y pretende seguir su vida normal. Cosas extrañas, mágicas y horribles tienen que sucederle para que evidencie que durante toda la obra ha estado muerto. Al final, regresa a buscar a su amigo y ambos emprenden la serie infinita e inagotablemente repiten los hechos. Los libros de un autor (De Selby) apócrifo sirven para numerosas digresiones absurdas de enorme interés humorístico que hacen de la obra una alegoría de la modernidad. Recuerdo, por ejemplo, un pasaje del capítulo VIII que ridiculiza las teorías físicas actuales tras una entrada a un cuarto que representa la eternidad:
"—Venga aquí, que le enseñaré algo para que se lo cuente a sus amigos.
Luego vi que ésta era una de sus escasas bromas, pues lo que me mostró fue algo que no podía contar a nadie: no existen palabras adecuadas en el mundo para trasmitirlo. Aquel armario tenía una abertura que parecía un tobogán y otra abertura, como un agujero negro, a un metro por debajo del tobogán. Oprimió dos objetos rojos, como teclas de máquinas de escribir, e hizo girar un mando de tamaño considerable. Al instante se oyó un ruido sordo, como si cayeran por una escalera millares de cajas de galletas llenas. Tuve la sensación de aquellas cosas saldrían del tobogán en cualquier momento. Y así fue: aparecieron unos segundos en el aire y desaparecieron por el agujero negro que estaba debajo. Pero, ¿qué puedo decir de ellas? No era blancas ni negras y, desde luego no tenían ningún color intermedio...Pero por extraño que parezca no era su color sin precedentes lo que más me llamá la atención. Tenían otra cualidad que me hizo mirar agitado, con la garganta seca y sin aliento...Luego tuve que reflexionar largamente hasta comprender por qué aquellos artículos eran sorprendentes. Les faltaba una propiedad esencial de todos los objetos conocidos... no tenían dimensiones conocidas. No eran cuadrados ni rectangulares ni circulares, o sencillamente de forma irregular... Sencillamente su aspecto, si se puede admitir esta palabra, era ininteligible para la vista...".
En algún pasaje, O'Brien escribió: "El infierno da vueltas y más vueltas. Su forma es circular y su naturaleza interminable, repetitiva y muy próxima a lo insoportable". En cada libro suyo ofrece una salida a ese laberinto y no es excepcional que haya creido que la literatura permite encontrar los lugares de duración, firmes y propicios a una salvación que si no llega nunca al menos determina las más oportunas y audaces señales de lucidez. De ahí, y mucho más que de ahí, que leerlo sea una experiencia iniciática. No se trata de entretenerse porque sí sino de asumir una tradición fantástica, un presente continuo realizado desde el deseo. Y eso ya lo convierte en un clásico.
Nota final: En la Biblioteca Morris se encuentra la colección más completa del mundo de material sobre y de Flann O'Brien: manuscritos, cartas, artículos, ensayos, periódicos, piezas de teatro y radio, fotografías, textos inconclusos (como una novela titulada provisionalmente "Slaterry's Sago Saga") así como versiones de sus libros en distintos idiomas.

Primavera de libros

La sesión del pasado jueves nos llevó, como en otras ocasiones, a un final abierto: dado que hemos visto que la novela de O’Callaghan evoluc...