Y por fin llegamos a la deuda que estamos saldando con otro gigante de las letras: Marcel Proust. Ante todo, cabía aclarar qué obra estamos leyendo, pues no solo hay dos títulos (Albertina desaparecida o La fugitiva), sino que además hay dos versiones sensiblemente diferentes, al menos en extensión. Al final, aunque estemos siguiendo la versión más larga, como disponemos también de la corta podremos apreciar dónde se encuentra la diferencia.
La primera sesión ha empezado, quizá, demasiado académica. No sabemos si para Proust, con esa indolencia de que hace gala, el trabajo de escribir fue tan titánico como es para el lector seguir su discurso: lo que está claro es que no es solo un desahogo, sino un monumento al yo. Por eso, parecía adecuado dar alguna pista sobre cuál era el propósito y el modus operandi del autor, especialmente leyendo esta parte desgajada del conjunto de A la busca del tiempo perdido.
Pero os confieso que, gracias al debate que ha generado, para mí ha sido una sesión más que enriquecedora, pues, aunque apenas hayamos mencionado de soslayo algunas de las infinitas ideas que se entrelazan en la novela, nos ha dado pie a una reflexión global sobre lo que es para nosotros la literatura y, por extensión, el arte.
Como, sin duda, surgirá de nuevo este tema universal, simplemente recordamos algunas de las ideas adicionales que se expusieron para contextualizar la obra:
1. Hay quien considera (como Pierre Lemaitre) que es más útil la lectura de Proust que una visita al psicólogo, pues lo importante de su obra es que nos enfrenta a nuestro mundo interior.
2. Leer a Proust es perfectamente prescindible: nadie tiene que sentirse obligado a ello; pero, si se decide a ello, siempre ayudará disponer de tiempo, paciencia y algo de la soledad y el desdén del narrador. Lo que está claro es que no se puede leer como una novela de acción o meramente de entretenimiento.
3. ¿Estamos leyendo una novela o una biografía? Es tan contradictorio lo que el propio autor plantea, que se convierte en algo irrelevante. Lo que es cierto es que vemos cómo un hombre se desnuda; es más, vemos sus interioridades como cuando, siguiendo su propia metáfora, visitamos una ciudad y no nos quedamos en la superficie, sino que excavamos para ver cómo se ha construido.
4. La clave de toda la obra es el tiempo: cambiante, cada vivencia nos hace ir modulando nuestro ser y se va acumulando en capas. De ahí las incongruencias, las dudas y todo lo que nos define amalgamándose en la memoria.
5. Además, la obra es como un gran artefacto musical: se compone de momentos lentos, rápidos, de acción, de reflexión, repeticiones y motivos recurrentes, etc., como una gran ópera.
6. Uno de los grandes logros es su capacidad para expresar lo que, por enmarañado y emocional que hay en nuestra mente, somos muchas veces incapaces de verbalizar. Su estilo complicado y agotador es, sin embargo, un logro excepcional, pues permite que los complejos sentimientos e ideas salgan a la luz.
7. Es cierto que la exposición cruda del interior del protagonista lo convierte en ocasiones en un ser no precisamente adorable. A ello, hay que añadir su esnobismo “nonchalant”, que suscita rechazo en algunos lectores, y la sinceridad despreocupada con que a veces aborda temas que nuestra mentalidad actual condena (machismo, celos, etc.).
8. Proust solo tiene sentido si nos dejamos llevar por la corriente desbordante, aunque es cierto que hay dos lecturas posibles: a) como un libro de aforismos sobre el arte, la vida, el amor, etc; b) como una novela con una trama sentimental tenue. Si conseguimos ensamblar ambas lecturas, será una experiencia extraordinaria.
9. A la busca del tiempo perdido es una obra que ya no se puede leer ingenuamente. Pesa tanto todo lo que se ha dicho y opinado sobre ella como la obra en sí. Por ello, además de la magdalena, del comienzo y de cada detalle, conviene recordar que estamos ante un proyecto vital pero que no deja de ser literatura.
10. Albertine, la protagonista de nuestra obra, también es una traslación literaria de una realidad, pero realmente esto no debe influir en nuestra lectura. Eso sí, es un añadido dentro de la novela que no estaba previsto en el plan inicial, pero que encaja perfectamente en la idea de convertir la vida en arte.
Y lo dejamos en los clásicos diez puntos porque si hay algo que demuestra que estamos ante una obra excepcional (nos convenza, nos aburra, nos exaspere, nos sorprenda o nos deje indiferentes) es que nunca se agotan las lecturas, y no solo por su extensión.
En la próxima sesión, nos dedicaremos más a analizar qué hay en esta Albertine fugitiva (por unir las dos denominaciones) y recogeremos pasajes o citas que nos hayan parecido dignas de comentario.
2 comentarios:
Madre mía, Ricardo. Es una reseña magistral. Muchaísimas gracias.
Como definirlo? :
Excelente.
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