6/3/21

La hija del sepulturero

El acercamiento a La hija del sepulturero nos ha dejado una clara conclusión: que no le podíamos dedicar solo una sesión. Y es que no solo la extensión hace que sea una novela de largo recorrido (aunque seguiremos discutiendo si no habría sido más afortunada si hubiera sido sabiamente podada), sino la infinidad de aspectos que la recorren y la calidad indiscutible de su escritura.

Obviamente, la trama argumental, con esa visión personal, así como el tema familiar, se han convertido en aspectos notables de nuestra conversación, pero surgen decenas de detalles adicionales: la permanente sensación de amenaza y prevención de la protagonista y cómo esto se justifica por sus vivencias; la relación de los padres y la justificación de sus comportamientos con los hijos; los silencios y las largas ausencias que los encuentros no son capaces de saldar; la educación emocional; la estructura que hace que los sutiles detalles queden justificados a lo largo de la lectura, aunque algunos requieran explicación, como las cartas; el estilo moroso que sin duda sirve para modular la intriga, aunque no todos los lectores lo aprecien; etc.

Si en la entrada sobre la primera sesión solo incluimos algunos de los temas para ajustar nuestras impresiones de lectura y dar un balance incompleto sin desvelar todas las cartas, añadimos ahora que la segunda fue tan enriquecedora o más que la primera: como preveíamos, fueron objeto de distintos pareceres los comportamientos de los personajes, la actitud ante la música, la relación de la protagonista con su suegro y lo que se intuye en ella, el contraste entre las dos primas que se manifiesta expresamente en pequeños detalles del cruce de cartas final (modo de firmar, las despedidas, la evolución en el tratamiento, etc.) y que nos deja preguntas sin resolver, el problema del exilio y la acogida en un país extraño, la religión como aspecto social, la posición de la narradora al abordar las vivencias propias y ajenas... 

En suma, una novela que, confirmamos, ofrece mil propuestas de lectura y que, más allá del tono o de la prolijidad que ha condicionado algunas lecturas, es sin duda digna del empeño que le hemos puesto. Sin duda, seguiremos leyendo a Oates.



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