Para completar la lectura a quienes no pudisteis acudir, aportamos dos poemas de la autora, pues es esta la faceta que la ha convertido en quien es en el panorama de las letras. Uno, de su primer poemario, publicado cuando solo contaba quince años:
MI PRIMER BIKINI
Sólo yo sé cuándo sobrevivimos.
Lo sé porque mis dedos
se transforman en lápices de colores.
Lo sé porque con ellos
dibujo en las paredes de tu casa
mujeres con rostro de epitafio.
Porque, a la caricia de la punta,
comienza el derrame de los cimientos
formando arco iris en la noche.
Porque, al escribir testamentos
en el suelo, se remueven las vísceras
de azúcar, y trepan tus raíces.
Grabo versos de colores fríos
en tu piel, de arquitrabe a basa,
y les llueve y los diluye, y compruebo
que la lluvia suena como hacen al caer
las canicas brillantes y naranjas
que cambiaba en el patio del recreo,
poco antes de calzar mi primer bikini.
Hoy guardo las canicas, como un apagado
tesoro, en los huecos de otras espaldas.
Pinto también en la terraza de enfrente
un jardín de lápidas cálidas y hermosas.
Trazo como una medusa de bronce,
un paraíso de cadenas hendiendo en mantillo
el valle diminuto que proclama que es frágil
y sin embargo, dirás tú, sobrevive.
(De Mi primer bikini)
Otro, de su libro Chatterton (2014), donde percibimos su cercanía con Las maravillas:
LOS MORTALES SE NUTREN DE TRABAJO Y SALARIO
(Friedrich Hölderlin)
Es miércoles. Es noviembre. Hace
frío,
y en el restaurante frente a la estación
cinco mujeres rápidas apuran sus bandejas.
Bajo el abrigo, la maleta ‒las otras dos
protegen el respaldo‒, cuatro mujeres
en orden
a las cuatro de la tarde
disuelven su consuelo en el café de un euro.
Comida rápida,
paño de las mujeres solas.
Oh pollo deconstruido, oh pan de Latinoamérica;
oh almuerzo y microondas, manás de los autónomos,
himno de los estómagos vacíos; ahora pienso
en nuestras digestiones. Pienso en la hipermetropía:
en quién ser y hacia dónde
nos dirigen las mujeres. Pienso:
madre,
luna rota de arlequín.
Mis tres horas de sueño acodadas en la ventanilla,
la bandeja de plástico, la merienda barata
‒dos mujeres impacientes a las
cuatro y media de la tarde‒ porque yo
no guardo los domingos. De repente, a la altura
de Parla, a una yema de dedo,
(Madrid,
Puerta de Atocha)
llega el canto a nosotros, los viajeros, tren de alta
velocidad,
y el punto que es Parla, o que más bien representa en la mente del infógrafo
‒azul, redondo‒ Parla, suena a la voz de una mujer a las cinco de la tarde,
realidad al margen de estos dos bocados y
de repente
el paisaje en tránsito con el que soñaron los estetas:
un cielo puro verde
y un suelo puro azul.
Hasta aquí
de cómo las mortales
quedaron por escrito.
He corregido este poema
cuando nada sobre lo que hablaba
existía ya. He corregido este poema
en autobuses baratos;
he corregido en el lugar en el que corregía
hace diez años.
Es noviembre. Es miércoles. Al menos
todo en orden: hace
frío.
Finalmente, como no nos dio tiempo a verlo, os incluyo aquí el enlace a un pequeño vídeo donde la autora habla a propósito de la novela.
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