La propuesta que nos hizo Juan Carlos para compartir esta novela no ha podido ser más provechosa. Lejos ya el miedo que nos daba cierta continuidad con el estilo proustiano, la obra de Bassani nos ha regalado dos ricas sesiones que no han bastado para acoger cuanto propone. De hecho, es una de esas felices ocasiones en que se aúnan una valoración casi unánimemente elogiosa y una capacidad de encender animados debates.
Esta reseña no pretende recoger todo lo dicho, pero sí destacar algunos aspectos, como la muy adecuada percepción de que realmente nos encontramos ante tres elementos básicos en la trama:
-el sentimental o amoroso, gracias a la relación entre Micòl y Alberto, a la que se añade la más sutil con Malnate. ¿Era una relación posible? ¿Es demasiado fría y “sosa”? ¿Hay algo más entre Alberto y Malnate? Como tantas veces, aquí nos hemos proyectado sobre ellos y hemos percibido de manera diversa lo que aparece sutilmente expuesto en la novela, especialmente tras el episodio de la carroza.-el psicológico: cómo actúan los personajes es siempre un eje fundamental, pero en esta ocasión es especialmente clave ver sus relaciones afectivas y emocionales dada la terrible situación que se avecina. Los lazos que se establecen, el carácter de Micòl (con su interés por Emily Dickinson, más que significativo), la reacción del narrador ante su rechazo o el análisis de cada pequeño suceso, de cada pequeña realidad, como un elemento en la taracea de ese micromundo que es el jardín, confieren a la novela una densidad pareja a la de Proust.
-el sociopolítico: sin duda, el más importante en nuestro análisis. Un momento histórico tan complejo y un grupo social tan particular como el de los judíos en tiempos de las leyes raciales de Mussolini solo puede ser leído comprendiendo el contexto. El fervor comunista de Malnate, las conversaciones políticas, la actitud ante los judíos y de los judíos, el rezo en las sinagogas como muestra de la asunción de la realidad, la incapacidad –consciente o no- de percibir lo que se avecina, todo evoca un periodo convulso y complejo que no se escapa a las distintas interpretaciones desde nuestro hoy lector. Como se dice en la novela: “Se trataba de 'nuestro' vicio: ir siempre hacia adelante con la cabeza vuelta hacia atrás”.
Explorando ese contexto, hemos hablado de ese terrible
momento desde el punto de vista humano, de la reacción del pueblo judío y de
cómo el jardín adquiere posiblemente un valor simbólico. No en vano, las tumbas
que ocupan el lugar central, equiparadas a las de los etruscos en el sugerente
prólogo de la novela, son el equivalente de la novela: testimonio de un momento
crucial y de un tiempo que se trata de apresar para fijarlo en la memoria.
Hemos aludido, claro, a la voluntad de Bassani de escribir una historia real
con personajes reales, basada en personajes conocidos y en vivencias propias
(como su expulsión del club de tenis). Hemos conocido incluso a la familia
Finzi-Magrini, su papel como testimonio de lo sucedido y su permanencia hasta
el presente (como siempre, Mari Carmen ha ido más allá y hasta nos ha hecho
conocer a la familia de Marcello Pesaro, incluido Jor). Y no han quedado sin
mentar personajes secundarios como Ermanno, el profesor, ejemplo de carácter
humano y sobrio.
Además, hemos cotejado la novela con la muy distinta pero igualmente valiosa adaptación cinematográfica, sobre todo en la capacidad para evocar una melancólica tristeza por parte de la novela no tan presente en la película, y la ausencia del prólogo y epílogo que dan un significado adicional a la propuesta de Bassani.
Finalmente, queda para un futuro próximo la visita a Ferrara, cuna de Ariosto y de Bassani, y una maravilla del arte que, gracias a esta novela, es también un monumento a la memoria.
Sin duda, seguiremos volviendo a Ferrara.