Leo un artículo del Roma c’è (una especie de Guía del ocio italiana) que recomienda libros para el verano, en el cual defiende que aunque las vacaciones largas son cada vez menos frecuentes, siempre es cuando tenemos más tiempo para actividades que el resto del año quedan arrumbadas por culpa de las obligaciones cotidianas. Una de ellas es la lectura –aunque en nuestro grupo eso no sea así-, pero el autor del artículo, un tal Carlo Carabba, da como solución a la imposibilidad de elección ante la plétora de opciones que ofrece cualquier librería una vía que seguro será de vuestro agrado: refugiarse en los clásicos. También él se pregunta por lo que significa clásico, y acude al inevitable Italo Calvino y a las pautas que da en Por qué leer a los clásicos, pero añade una afirmación que creo muy sensata: sea por lo que sea, los clásicos son vistos con una cierta desconfianza por parte de un gran sector de la población como algo negativo, ya que se leen muchas veces por obligación y no por placer, cuando muchas veces son mucho más entretenidos que la mayoría de las novedades editoriales. Así, sigue este autor, hablar de clásicos rusos genera una inmediata respuesta de rechazo cuando no de pavor, pero recomienda que se empiece por algunos de las grandes obras menores (valga el oxímoron) como El jugador de Dostoievski o la Sonata a Kreutzer de Tolstoi como paso previo: pocos lectores sensibles dejarán de sentir la grandeza de estos autores y será el primer paso para las obras maestras de más largo recorrido. Lo mismo apunta con los clásicos italianos (Svevo, Pirandello), ya que abre la puerta a obras menores que pueden provocar una grata lectura: Los indiferentes de Moravia (no sé por qué, Moravia a mí también me parece un autor muy propio para el verano, tal vez por el calorcillo erótico que emanan obras suyas como La Romana o El hombre que mira), o las obras menos pretenciosas intelectualmente de Italo Calvino, verdaderamente divertidas (especialmente El caballero inexistente). Esta es la nómina que propone, incluyendo también un contemporáneo americano, clásico en vida: Underworld (Submundo), de Don deLillo.
Tan sensato artículo en una revista de divulgación y entretenimiento, abogando por la lectura de los clásicos, y con una selección tan mínima como bien traída, he creído oportuno compartirlo en este espacio. Todas las recomendaciones, especialmente las buenas, hay que tenerlas en cuenta…
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