
Naturalmente, no faltará quien se divierta con esta novela, en la que un individuo queda a medio camino entre el cielo y el infierno al morir, y donde trata con diversos personajes de relevancia pública fallecidos. El objetivo es desdramatizar el trance de la muerte, y nada más loable. Eso sí, si hasta el mismo autor reconoce que apenas si llega a la categoría de divertimento lo que ha escrito, ¿por qué leer esta novela en vez grandes obras, que no renuncian a la diversión del lector, que han tratado este mismo tema desde la Antigüedad? Desde la crítica social de Aristófanes o Luciano de Samosata -qué desopilante puede ser la lectura de los Diálogos de los muertos-, pasando por un descomunal Quevedo hasta llegar a productos literarios muy recientes y que no han renunciado a la calidad literaria: Nadie me mata de Javier Azpeitia (Tusquets) es un ejemplo notable.
En fin, bueno es el sastre que reconoce su tela, y muy fácil sería atacar gratuitamente a un Sardá que ha demostrado sobradamente su valía periodística -confieso que era fiel seguidor de Crónicas marcianas, tanto como de Juego de niños y de sus programas radiofónicos-. Sin embargo, prefiero recomendaros alguna otra novedad, como la reedición de la mano de RBA de Un millonario inocente, de Stephen Vizinczey (autor de En brazos de la mujer madura). Un placer.